Durante más de un mes, las campanas de San Pedro sonaron sin su habitual resonancia espiritual. La figura del papa Francisco, por años un símbolo de resiliencia entre fragilidades físicas, se desvaneció tras los muros del Hospital Gemelli de Roma.
El 14 de febrero, el pontífice fue ingresado por síntomas de bronquitis. Pronto, los médicos detectaron una compleja infección pulmonar que desembocó en una neumonía doble, una condición que, en palabras del equipo médico, lo puso "al borde de la muerte" en al menos dos ocasiones.
El regreso del papa se produjo el domingo, al mediodía. Fue visto saliendo en su característico Fiat 500L blanco, escoltado por vehículos policiales. Antes de llegar al Vaticano, hizo una parada en la Basílica de Santa María la Mayor, lugar que ha elegido como su futura sepultura. Allí dejó flores como signo de devoción y, tal vez, como gesto íntimo ante la cercanía de su propia mortalidad.
Desde el balcón del hospital, el papa ofreció unas breves palabras de agradecimiento a la multitud congregada. Su rostro hinchado, vendajes visibles en ambos brazos bajo la sotana blanca y una voz debilitada dieron testimonio del precio físico que ha pagado esta enfermedad.
Una larga recuperación
Pese al aparente optimismo de esta aparición pública, los médicos han sido categóricos: el camino hacia la recuperación será largo. Francisco, de 88 años, debe guardar dos meses más de reposo, sin encuentros multitudinarios y con atención médica permanente. Aunque ya no depende de un respirador, continúa utilizando oxígeno suplementario mediante una cánula nasal, visible durante sus desplazamientos.
En paralelo, las dudas crecen sobre los compromisos futuros del Papa. La Santa Sede no ha confirmado si se celebrarán las tradicionales liturgias de Semana Santa, ni si podrá recibir al rey Carlos III el próximo 8 de abril, como estaba previsto. La Pascua, fijada este año para el 20 de abril, plantea una interrogante particularmente simbólica: ¿podrá Francisco presidir las ceremonias más sagradas del calendario católico en medio de su convalecencia?
¿Posible renuncia?
Más allá de su agenda pública, la situación actual revive una conversación recurrente: ¿debería el papa renunciar? Aunque Francisco ya ha insinuado en el pasado que la renuncia papal no debe ser vista como una anomalía, hoy su entorno lo descarta. Su médico personal ha afirmado que, si se mantiene el ritmo actual de mejoría, podría estar en condiciones de viajar a Turquía a finales de mayo.
Durante su pontificado, Francisco ha sido un ejemplo de tenacidad. A pesar de múltiples operaciones y problemas crónicos —incluyendo una cirugía de colon en 2021 y su uso constante de silla de ruedas por problemas de movilidad—, nunca abandonó su rol espiritual ni político. Esta última crisis, sin embargo, es la más grave que ha afrontado desde que asumió en 2013, y podría marcar un antes y un después en su actividad pública.
Por ahora, el Papa se recluye en su residencia junto a la Basílica de San Pedro, bajo cuidado médico continuo y la sombra de una fragilidad cada vez más visible. Su silencio entre muros sagrados invita a la reflexión, no solo sobre su salud, sino sobre la continuidad de un pontificado que ha dejado huella tanto en la Iglesia como en la escena global.
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